martes, 28 de octubre de 2008

La chica de las mil rosas

Gabriela Smiguel
Juan Carlos Argüello

Su vida no es color de rosas. Está marcada por sus espinas. Ast tiene 17 años y hace lo mismo desde que tiene memoria, las noches posadeñas la cobijan como una de sus habitantes. Vende rosas en el centro desde que tiene memoria en una tradición familiar que no se rompe: lo hicieron su abuela; su madre, que cuidaba autos pero que ya no sale a la calle por una enfermedad, su hermano mayor y ahora su hermano pequeño, de apenas ocho años.
Ast es sinónimo de chicos de la calle. Los habitantes de la noche la conocen, la saludan, la ayudan o buscan aprovecharse de ella. Ella misma es testigo de la película nocturna de la ciudad, a veces drama, a veces romance.
En todo este tiempo, la acción social le pasó por al lado. “A veces el Ministerio –llamado ahora de Desarrollo Social- nos da mercaderías, pero nunca nos dieron plata”, jura Ast, cobijada del viento en el portal de uno de los más lujosos restaurantes céntricos.
Según las estadísticas oficiales, Ast es una de los 400 chicos que pululan por las calles posadeñas en busca de sustento. Pero sólo es parte de una estadística. Las políticas de Gobierno, que paradójicamente tienen como bandera la asistencia social, poco y nada hacen para sacarlos de las calles y lograr que se cumplan sus derechos elementales. No es precisamente por falta de recursos. En los últimos años el presupuesto del Bienestar Social creció 149,83 por ciento a valores reales desde 2000 y el año que viene contará con 663 millones de pesos… pero el ejército de asistentes sociales, abogados y funcionarios, de cinco gobiernos refleja su fracaso en Ast. Es cierto que el trabajo de los menores es también un problema cultural, en el que las familias que empujan a sus hijos a buscar dinero de la compasión y la limosna. Sin embargo, las políticas para erradicar este flagelo chocan con su ineficacia al ser parciales y no tomadas como un todo. No se sostienen en el tiempo y apuntan más al asistencialismo –como consecuencia- y no a la raíz del problema que son la pobreza y la falta de educación. El año pasado se lanzó el plan moneda cero, para evitar que se dé limosnas a los chicos de la calle y así obligar a sus padres a buscar otro camino para conseguir dinero. Si bien se reconoce la “solidaridad” de la población, se pide que esa moneda que no se entrega a los niños, vaya a instituciones civiles responsables de trabajar en la problemática, “así se aporta a la disminución de la permanencia de los niños en la calle”. Evidentemente, han fallado.
En apenas un puñado de casos se logró sacar a algunos chicos de la calle. Los que tuvieron mejor suerte, estudian carreras universitarias, otros terminaron la secundaria y trabajan. Los de menos fortuna, cayeron en adicciones, están presos por robo o murieron.
Ast no se amilana pese a lo vivido. No sólo el frío o la lluvia curtieron su andar. Su padre la abandonó cuando era pequeña. Fue tres veces abusada, la primera en el seno familiar, por su tío, la segunda y tercera por otros habitantes de la noche que se escurrieron en la oscuridad. “Me agarraron y no podía correr. Me llevaron a un descampado. Ahora tengo miedo. Pero me cuido más, me quedo en un solo lugar. Algunos me respetan y otros no tanto, me dicen cosas feas”, expresa.
Con una actitud a prueba de golpes, es una de las líderes de la empresa que acometen otros iguales. En el reparto, su cuota de poder en la noche es importante: los chicos que quieren trabajar donde ella deben rendir un tributo.
Durante casi seis mil noches, Ast vendió 100 mil rosas, a un promedio de cinco pesos actuales. Recaudó casi medio millón de pesos en 17 años, pero apenas le alcanza para imaginar una mejor vida. Sus sueños tienen a los niños como protagonistas. El primero es terminar la secundaria –cursa octavo del Polimodal en momentos en que debería estar recibiéndose- y ser maestra jardinera. El segundo, armado con retazos de amor de los miles de románticos a los que vendió sus rosas, es encontrar un compañero y tener muchos hijos a quienes quiere lejos de las calles. El tercero, con un dejo de emoción que conmueve, la pinta de cuerpo y alma. “Con mi compañero, voy a poner un hogar para los chicos”.

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