jueves, 23 de octubre de 2008

Cuando la historia es desestimada

Diego Andrusyzyn
Ricardo Lencina

La estación Posadas del Ferrocarril "General Justo José de Urquiza" comenzó a funcionar a fines del año 1912. Desde ese momento se ha caracterizado por ser el punto de unión de la región con el resto del país. Lugar de encuentros y despedidas, de lágrimas y alegrías, supo junto con el puerto ser el corazón de la vida social y comercial de la ciudad de Posadas. Su edificio se caracteriza por ser una construcción con estética tradicional inglesa ideada a comienzos del siglo XX por el arquitecto Arturo Gancedo Castrillo. Durante los últimos treinta años no se ha hecho otra cosa más que conspirar en contra del normal funcionamiento de los ferrocarriles argentinos hasta lograr su total decadencia y un camino que solo lo lleva a una inevitable desaparición.



Hoy en día la estación representa un patrimonio arquitectónico histórico de nuestra provincia y también a nivel nacional, según sostiene la Dirección General de Patrimonios y Sitios Históricos de la Secretaría de Estado de Cultura. Sin embargo el valor histórico y simbólico que pueda representar un patrimonio queda de lado cuando las ambiciones de progreso se imponen. Así es que para continuar la construcción de la costanera posadeña “Monseñor Jorge Kemerer” no se dudó un momento en sacrificar la estación de trenes: la demolición del edificio está en marcha desde comienzos de octubre del corriente año.

Las voces de los desoídos
Cuando bajábamos por una de las calles que desembocan en la estación de trenes, con la intensión de hablar con los vecinos de allí, nos íbamos topando con una triste realidad. El incesante ruido que oíamos no era otro que el de las máquinas demoliendo aquel edificio histórico, ante nuestras narices y la de todo el vecindario. Todos éramos concientes aquella tarde que iba a ser una las últimas veces que veríamos al patrimonio en pie: lo estaban destruyendo para elevar la futura construcción –ya nunca la misma, la histórica, cuyas paredes hablaban por sí solas- a la altura de la costanera.




Al acercarnos a los vecinos para preguntarles su opinión, se mostraban curiosamente distantes ante la situación. No tardamos en darnos cuenta que esa distancia en realidad era resignación y tristeza. Según testimonio de estos, los encargados de la demolición, la EBY (Entidad Binacional Yacyretá), se habían acercado a ellos con el proyecto ya listo – con toda la explicación de por qué no había otra salida más que la demolición- y aprobado por el Consejo Deliberante de Posadas. Esto produjo en la mayoría una gran indignación por no haber sido planteado previamente por las autoridades en busca de un acuerdo que no abaraje esa posibilidad de destrucción:“(…)Yo vivo acá hace 64 años, nací y me crié con la estación, toda una vida en el lugar y estoy en contra de la demolición, siempre voy a estar en contra(…) Se hizo en una oportunidad un abrazo simbólico entre todos los vecinos para evitar la demolición, pero no se logro nada y lo están tumbando igual(…) yo no estoy en contra del progreso, pero tendrían que haber buscado una solución, un museo, para que no se pierda nuestra historia(…) la mayoría de los vecinos que vive en el barrio estuvieron ligados emocional y laboralmente al rubro ferroviario(…) y el día que ya no vea el edificio de la estación me dará mucha tristeza, uno le tiene mucha nostalgia. Yo ya no quiero ni mirar lo que están haciendo (…)”. Este testimonio que nos han dado con lágrimas en los ojos dos de los vecinos, grafica íntegramente cómo están siendo despojados de su historia, no solo ellos sino todos posadeños. La gente de allí se había criado con el ferrocarril, formaban parte de ese mundo que latía fervorosamente día tras día. Era un lugar de comunión entre las personas. Muchos levantaron sus negocios comerciales y albergues, gracias a la demanda de la gran afluencia de gente que iba y venía con el tren.
Años más tarde –en épocas en que el ferrocarril estuvo parado- el lugar fue tomado y resignificado por los jóvenes de la ciudad convirtiéndolo en un centro cultural que articulaba música, teatro, baile, docencia de arte, entre otras actividades. Al cabo de un tiempo todos fueron echados del lugar dejando a éste en una nueva situación de abandono. Y ahora, si algo le faltaba al olvido y desamparo al que fue sometido ese hábitat común que significó la estación, era su definitiva destrucción.



Otros vecinos, en cambio, estaban de acuerdo porque creían que el lugar era “sumamente perjudicial para el barrio al estar en situaciones extremas de abandono…”, por ser “…un criadero de ratas, mosquitos, alimañas...” y encima “…un escondite de ladrones, drogadictos, violadores…”. Estos últimos nos confesaron estar cansados de pedirles año tras año a las autoridades una solución al problema de abandono de la estación. Pedían que vengan a limpiarla, a desabitarla de quienes no debían estar ahí, a mantenerla. Pero las peticiones eran desoídas una tras otras. Es evidente que estos vecinos están cansados de tener que lidiar con un patrimonio que gracias al abandono de las autoridades se ha vuelto un perjuicio para los que viven cerca. Es por eso que lamentablemente ven en la destrucción la única solución viable para este problema: “(…) y que la demuelan, a mi me entraron cuatro veces a robar por los linyeras que vienen y se meten ahí (…) ya estoy cansada de las promesas de que van a limpiar y a mantener ese lugar, pero fueron siempre promesas (…) a vos no te han prometido tanto como lo hicieron a mi (…)”. “(…) hace aproximadamente unos cinco o seis años que es un nido de delincuentes, la policía directamente no visita el lugar (…)”, son algunas de las declaraciones de los vecinos.
Estos no escapaban, sin embargo, a la tristeza de no ver otra solución a la hora de contar con las autoridades. Es notoria su resignación mientras tocan el tema. Ellos sabían que estaban obligados a acompañar esa decisión insensible porque “(…) es la única manera de que la municipalidad nos solucione este problema y si hay que tirar todo abajo, no nos queda otra (…) primero está nuestra salud y seguridad (…)” afirmó una vecina antes de volver a internarse en sus quehaceres cotidianos.
Y es así, la vida sigue, al igual que el progreso que nos quita nuestra esencia e historia y nos expectora a cambio un panorama superficial, frívolo cimentado sobre nuestro pasado.






En nombre del “Progreso”
Es evidente que las políticas de progreso son directamente proporcionales al olvido y destrucción de nuestras tradiciones e historia, nuestros espacios culturales y naturales. Ejemplos claros sobran. En nombre de la construcción de la costanera de Posadas se sometió al desarraigo a cientos de familias del “Brete” y de Villa Bloset -dos de los barrios costeros más históricos de nuestra ciudad-, las cuales al ser despojadas de su río, entorno barrial, amigos, familiares se sumen en la tristeza en los barrios totalmente carentes de asistencia, construidos en las afueras de la ciudad. Es pertinente también saber que para hacer posible el avance de esta costanera se está haciendo desaparecer la mitad de nuestro Jardín Botánico, con miles de especies nativas de fauna y flora que jamás serán recuperadas.

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