martes, 23 de septiembre de 2008

La vida en la pantalla

Autor:
Juan Carlos Argüello



En el film The Truman Show, Jim Carrey es el caso extremo de la vida en la pantalla. El espectáculo es la vida misma de un joven metido en un reality al que nunca fue invitado, con un público cautivo, aunque siempre dispuesto a cambiar de canal cuando se aburra. Fiel reflejo al Gran Hermano de 1984, de George Orwell (1949), hoy miramos la vida de otro a través de múltiples pantallas y a una velocidad luz. Todo se sabe, todo es espectáculo, todo en definitiva se convierte en show. El programa de Jorge Rial, Intrusos en el espectáculo, explota esa necesidad de nutrirnos diariamente de la vida de otros, del espectáculo. Por necesidad, por carencias, por fantasías, las vidas de otros se consumen como una novela cuyo guión cambia día a día, pero donde no hay que tomar parte entre buenos y malos. Simplemente se disfruta, o se detesta, a todos los actores por igual.
En la era del videoclip, esas vidas se presentan en forma fragmentada, con los retazos que, o miserias o alegrías, puede interesar mostrar.
Aunque de género periodístico, no se puede pedir a los “intrusos” que respeten códigos no escritos del periodismo “serio” y lo privado se hace público, con o sin consentimiento de los entrevistados, pero que sin esa exposición, no son siquiera estrellas fugaces en el universo del espectáculo. Nacen y desaparecen estrellas todos los días. Quien se opone a la “mediatización” no existe y los mediáticos son objeto de burla, pero tienen de minutos de pantalla. Costos que hay que pagar por estar.
¿Es mala la propuesta? Como magazine del espectáculo, la producción es envidiable y la conducción, impecable. Mantiene el suspenso y la pantalla caliente durante toda la emisión, algo harto difícil para numerosos programas “serios” y casi imposible para los que proponen un aporte “cultural”.
Y un programa no tiene éxito sin público. ¿Por qué es tan visto? La sociedad media globalizada no tiene tiempo más que para fragmentos de información y rechaza todo aquello que lo obliga a un esfuerzo intelectual extra. La falta de educación y la pérdida de valores, el descreimiento en la política y los problemas para “sobrevivir” paradójicamente no alientan la búsqueda de un crecimiento intelectual que permita resistir ese avasallamiento, si no un escape, una resignación. Los pormenores del cruce de palabras de dos vedettes de medio pelo protagonistas de un concurso donde bailar bien es lo que menos importa, sirven de evasión.
En ese sentido, el programa de Rial reproduce y sostiene un sistema que enaltece el consumismo, en definitiva, el orden imperante.
Los personajes expuestos, como representantes del mundo artístico, se circunscriben generalmente a aquellos que fabrican programas como éste. Justamente a través de ellos, exacerban el consumo de información, a lo que se suma la sobrecarga de publicidad. El sujeto- espectador no es más que objeto-cliente del anunciante.